El gobierno estadounidense ejecutará a condenados a muerte por delitos federales por primera vez desde el 2003, anunció el jueves el Departamento de Justicia, reavivando un castigo poco usado promovido por el presidente Donald Trump e intensificando otro tema divisivo de cara a las elecciones del 2020.
Cinco reos sentenciados a muerte están programados para ser ejecutados a partir de diciembre, todos dentro de un lapso de seis semanas.
En comparación, sólo ha habido tres ejecuciones desde que la pena de muerte federal fue reinstaurada en 1988 y 37 en total de 1927 al 2003.
En el 2014, tras una ejecución estatal en la que surgieron problemas en Oklahoma, el entonces presidente Barack Obama ordenó al departamento realizar una evaluación de la pena capital y asuntos relacionados con los fármacos utilizados en las inyecciones letales.
Dicha evaluación ya se concluyó, dijo el departamento, el cual dio luz verde para la reanudación de las ejecuciones.
En un comunicado, el secretario de Justicia, William Barr, dijo que su oficina “se apega al estado de derecho y, por las víctimas y sus familiares, estamos obligados a seguir adelante con las sentencias impuestas por nuestro sistema judicial”.
Barr aprobó un nuevo procedimiento para las inyecciones letales que reemplaza el cóctel de tres fármacos -que antes se usaba en ejecuciones federales- por una sola sustancia: pentobarbital.
Local
Esto es similar al procedimiento usado en varios estados como Georgia, Missouri y Texas.
Aunque no ha habido una ejecución federal desde el 2003, el Departamento de Justicia ha seguido aprobando los juicios en los que se pretende aplicar la pena de muerte y las cortes federales han sentenciado a acusados a este castigo.
Hay 61 reos federales condenados a muerte, de acuerdo con Death Row USA, un reporte trimestral del Fondo para Defensa Legal y Educativa de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP, por sus iniciales en inglés).
Algunos de los reos de alto perfil condenados a morir son Dylann Roof, quien es blanco y mató a nueve miembros negros de una iglesia de Carolina del Sur en 2015, y Dzhokhar Tsarnaev, que detonó las bombas cerca de la línea de llegada del maratón de Boston en el 2013, dejando tres muertos y más de 260 heridos.